Este artículo trata sobre la intimidad digital, o dicho de otro modo, la cantidad de información más o menos íntima que circula por internet y las consecuencias de que perdamos el control sobre lo que comunicamos.
Recientemente se está poniendo en marcha la regulación de lo que se empieza a conocer como "derechos digitales". Países como Francia ya cuenta con algunas leyes respecto al "derecho de desconexión digital al terminar la jornada laboral". En España, varios grupos políticos han presentado sus propuestas de regulación.
"Queremos impulsar un debate en el seno del Parlamento y también con el conjunto de actores sociales para fomentar de alguna manera la adecuación de nuestro marco jurídico actual a lo que es una realidad ya digital presente y por supuesto futura imparable", decía recientemente un diputado socialista.
A raíz de esta noticia recogida en diversos medios, me he acordado de una historia que publiqué hace un tiempo en otro blog:
Una historia real de cómo se le arrebata a alguien su intimidad digital desde el poder
Una empleada recibe una llamada de su superior directo, con el que lleva un par de años trabajando en distintos proyectos y con el que ya ha tenido algún rifirrafe por haber sobrepasado éste los límites de lo que ella consideraba una relación estrictamente profesional.
El jefe se muestra confuso porque ha accedido a la biografía de Facebook de la empleada con otra cuenta (de otra jefa) y comparándolas, ésta recibe más publicaciones que él sobre la trabajadora. Interpreta que ha sido borrado de su lista de AMIGOS, pero no es así.
Desde hace un tiempo, Facebook nos ofrece el control de lo que los demás ven de nosotros, permitiéndonos establecer categorías y gestionando qué publicaciones ve cada grupo: amigos, familiares, compañeros, etc. para prevenir intromisiones de carácter profesional, entre otras cosas.
Facebook quiere que aceptemos cualquier solicitud de amistad, que estemos todos conectados y luego decidamos qué ven aquellos que nos siguen. La empleada ejerció este derecho legítimo, su derecho a la intimidad, introduciendo a su jefe en una categoría restringida.
Ahora ella teme que el jefe esté molesto, incluso que peligre su puesto de trabajo, responde que no está segura y que tendrá que mirarlo, así gana un poco más de tiempo, porque la coge desprevenida. Días después la vuelve a llamar a su despacho e insiste en que el asunto sigue sin resolverse.
Ella se siente acorralada, está dispuesta a deshacer todos los filtros para que él esté satisfecho con la información que recibe y la deje en paz. Dice sentirse aturdida y mal, muy mal, por consentir ese atropello, por no mostrarse más clara. "Siempre me pilla con la guardia baja", se queja conmigo.
Él es el jefe, tiene el poder. Establece los horarios, los objetivos, los métodos de trabajo y ahora también pretende hacerse con el control de la información que circula en la red sobre su empleada. No de todo el equipo, de ella en particular, lo que lo hace más incómodo. Quiere ver sus fotos de cumpleaños, los vídeos que la emocionan, las cosas que la indignan. Está a punto de traspasar los límites de lo profesional, pero no por simpatía mutua, lo está forzando, la presiona, la coarta, se muestra dolido ante la idea de no formar parte de su círculo cercano.
No tiene nada que ver con la productividad de la empleada, o con opiniones vertidas sobre la empresa. Él quiere formar parte de su vida a la fuerza. Sentarse a mirar por la ventana digital y descubrir lo que ella jamás le contaría y cree que puede ejercer su poder para conseguirlo.
Consecuencias analógicas de la falta de intimidad digital
¿Somos conscientes de que la información que compartimos se capitaliza en un poder que los demás tienen sobre nosotros?
Y ya no sólo por la cantidad de información que puedan obtener las marcas sobre nosotros a través de las redes sociales. Cada cosa que publicamos siempre entraña un acto de definición sobre la relación. Sólo que el mensaje va dirigido a una audiencia y ésta está compuesta por distintas clases de personas que se dan por aludidas en distinta medida.
Cuando les hacemos llegar las imágenes de nuestro dormitorio recién pintado, les estamos diciendo “Estás en mi círculo y te invito a formar parte de esto”, pero ¿a todos por igual?
Este fenómeno es algo que está evolucionando a medida que avanza la globalización en el uso de redes sociales. No es cierto que seamos impasibles a la divulgación de nuestra intimidad. En algunos casos no conocemos las herramientas a nuestra disposición para controlarlo, en otros aún no hemos experimentado las consecuencias de ese poder que otorgamos a los demás sobre nuestra intimidad.
En casos como el que he expuesto más arriba los límites se hacen tangibles, porque existe una violación explicita de la norma y nos hace sentir incomodidad. Cuántas veces, sin embargo, pasamos por alto un desajuste entre el mensaje y la audiencia y qué efectos podrá esto producir a largo plazo.
Según los expertos, en las redes sociales la forma más segura de manejar nuestra reputación es comportarnos como alguien famoso, temeroso de revelarse demasiado ante el público, porque al fin y al cabo, eso es lo que hay al otro lado: primos, amigas, colegas de trabajo, una masa de gente sin rostro que presencian nuestra vida como el público más fiel.

Bonus: El derecho al olvido
Quizás hayas oído hablar de ello a raíz de algún personaje público que trata de limpiar su imagen. Si buscas en internet "Intimidad digital" casi siempre encontrarás páginas que hablan del derecho al olvido. No es exactamente el tema de este post, pero está íntimamente relacionado. Aquí tienes un vídeo que trata sobre ello por si tienes curiosidad.
Un artículo de Sara González Cuesta. Psicóloga, Terapeuta Familiar y experta en Comunicación digital.
